Estudiaba en la secundaria en la
Villa Marista en el campo en medio de chacras de paltas en un valle que se angostaba que confluía con
el Rímac. Cerros altos, un Apu majestuoso, se alzaba en la unión de los dos
ríos.
Bucólico lugar el camino a Santa Eulalia,
comenzaba a empinarse rápidamente, en su pista afirmada, en la primer gran curva del camino hacia la izquierda está el cementerio
de Santa Eulalia. Una construcción
antigua de dos portones de rejas de madera. Las murallas de ladrillo remontan
me contaban los lugareños a antes de 1900. Ya era un lugar de entierro en la
guerra del Pacifico, por allí subieron a los andes el ejército Guerrillero del
Brujo de los andes Cáceres y los
siguieron los chilenos. Se convirtió en cementerio organizado después de la guerra,
era el cementerio de Chosica y Ricardo Palma.
Es un cementerio escalonado conforme va creciendo hacia el cerro. Estaba
relativamente cerca del colegio desde allí se le veía a través de las chacras y
el seminario de los santos apóstoles en un lugar elevado a su derecha el APU Pomachahua unas
quince cuadras.
Solíamos ir, nos llenaba de intriga este lugar, era
misterioso un lugar solitario con árboles eucaliptos pinos molles, silenciosos.
El portero nunca estaba, así que podíamos entrar sin pedir permiso una
vendedora de chicha morada y de jora al frente en el paradero. Saliendo del
colegio a medio día íbamos un rato a jugar,
había nichos vacíos, pasadizos con hojas secas que crujían al caminar sobre ellas.
Una vez fuimos, los días son muy
soleados más incluso que Chosica. Veíamos nombres, fechas, y luego salíamos a
esperar al bus viejo que iba del pueblo de Santa Eulalia hasta Chosica.
Ese día tratábamos de asustarnos
con historias de muertos, de pronto de un
pasadizo se sintió un ruido
acompasado como de aplausos apagados, nos puso en alerta, avanzamos temerosos y
de pronto de un nicho muy cercano volvimos a sentir el ruido y nos paralizo el
miedo algo salía y el quiquiriquí de un
gallo que salía aleteando nos hizo salir despavoridos hasta la puerta. Solíamos
contar que fue un alma en pena transformada en un gallito.
El guardián era un hombre viejo,
callado con un balde y una escalera, la señora que vendía chicha tejía, mientras
llegaban eventuales visitantes, después supimos que era la hija del guardián
que también vivía allí, que extraño debe ser vivir en un cementerio.
Lo que siempre encontrábamos eran
gatos, muchos, aparecían y desaparecían silenciosos, no se acercaban a la
gente, los rehuían como si prefirieran a los muertos, el guardián nos explicó
que no tenían dueño y que lo ayudaban porque
habían muchas ratas el dejaba los restos de las comidas y las comían y la que
dejaban los visitantes. Eran huraños
parecía que no le gustaban los
visitantes. Eran una extraña comunidad, sin líderes, sin territorios con mucho
respeto entre ellos, solo había conflictos auto limitados a la hora del celo de
las gatas. Por lo demás Vivían en paz en largas
perezosas siestas. Salvo las
lunas llenas que maullaban donde no dejaban dormir al viejo guardián y su
familia.
En el colegio cada cierto tiempo
se hacía un campamento de fin de semana , con carpas fogatas canciones juegos y
la clásica caminata nocturna al pueblo de Santa Eulalia. Mi grupo se llamaba
los escorpiones estaba Lanatta,
Cochachin entre otros. Era un juego llegar a la
´plaza siguiendo mensajes
ocultos, uno de ellos estaba en el
cementerio , con mi grupo en vez de ir por la pista cortamos camino para llegar
al camposanto no por la puerta principal
sino por una lateral poco
usada, llegamos rápido sudorosos pero
algo nos disperso y me encontré solo, en medio de la noche,en medio del
cementerio , no quería mirar para atraz
, los llame despacito solo me contesto el canto de una lechuzita paca paca paca, el
aire frio y una neblina que se acercaba, de pronto un gato grande apareció de la nada, primero solo sus ojos brillando
luego una mirada desdeñosa, me
dio la espalda y camino en silencio, volteo la cabeza como diciendo - me sigues
o te quedas parado – lo seguí en silencio me hacía sentir seguro, acompañado,
me dejo en la puerta semiabierta del cementerio donde estaba el resto de mi
grupo que se me habían hecho la broma de dejarme entrar solo y ellos se fueron
por el camino normal. Nunca olvide al gato que desapareció en la noche.
Años después visitando la
sepultura de mi tío Jorge en el cementerio de Santa Eulalia que en su
peregrinar desde el sur había dejado sus huesos en un valle yunga en el Perú,
me volví a encontrar con los gatos, era la tarde como las cinco ,hacía poco
habían enterrado a los sublevados en un motín
en la cárcel de Lurigancho un grupo de
sendero luminoso que estaban como nn y luego pusieron con pintura roja la hoz y
el martillo habían advertido al ya muy viejo guardián que si alguien lo
borraba serian ajusticiados, esa tarde
fría de Julio, mientras visitaba al tío
, aparecieron varios gatos , una gata y sus crías ,me entro la curiosidad y seguía
a la gata, iba hacia la parte alta del
cementerio, donde hay entierros en la tierra ,una fosa común donde van a parar
los huesos de los más antiguos, Había mas de un gato de un hoyo en la tierra salió
un gato gris, seguidamente entro otro y a los minutos salió,
intrigado me puse detrás de un árbol a
espiarlos, le tocó el turno a la gata, que entro demoro un poco y salió con
algo en las fauces ya oscurecía y no pude distinguir que era , pero se los dio
a las crías que lo comieron ávidamente.
Me estremeció pensé lo peor tanto tiempo y los gatos se habían mantenido desde
generaciones, y ¿De que se alimentaban?
Recordé que me habían dicho de las ratas, y las sobras del guardián, pero la
escena que vi me hizo pensar otra versión terrorífica me dio una sensación de
miedo, nauseas, el viejo guardián lo
sabía y lo había callado durante mucho tiempo.