miércoles, 22 de mayo de 2019

LOS GATOS DEL CEMENTERIO.




Estudiaba en la secundaria  en la  Villa Marista en el campo en medio de chacras de paltas  en un valle que se angostaba que confluía con el Rímac. Cerros altos, un Apu majestuoso, se alzaba en la unión de los dos ríos.


G R A Y


Bucólico lugar el camino a Santa Eulalia, comenzaba a empinarse rápidamente, en su pista afirmada, en  la primer gran curva  del camino hacia la izquierda está el cementerio de  Santa Eulalia. Una construcción antigua de dos portones de rejas de madera. Las murallas de ladrillo remontan me contaban los lugareños a antes de 1900. Ya era un lugar de entierro en la guerra del Pacifico, por allí subieron a los andes el ejército Guerrillero del Brujo de los andes  Cáceres y los siguieron los chilenos. Se convirtió en cementerio organizado después de la guerra, era el cementerio de Chosica y Ricardo Palma.

Es un cementerio escalonado  conforme va creciendo hacia el cerro. Estaba relativamente cerca del colegio desde allí se le veía a través de las chacras y el seminario de los santos apóstoles en un lugar elevado  a su derecha el APU Pomachahua unas quince  cuadras.

Solíamos  ir, nos llenaba de intriga este lugar, era misterioso un lugar solitario con árboles eucaliptos pinos molles, silenciosos. El portero nunca estaba, así que podíamos entrar sin pedir permiso una vendedora de chicha morada y de jora al frente en el paradero. Saliendo del colegio a medio día íbamos un rato a jugar,  había nichos vacíos,  pasadizos  con hojas secas que crujían al caminar sobre ellas. Una vez fuimos,  los días son muy soleados más incluso que Chosica. Veíamos nombres, fechas, y luego salíamos a esperar al bus viejo que iba del pueblo de Santa Eulalia  hasta Chosica.

 Ese día tratábamos de asustarnos con historias de muertos, de pronto de un  pasadizo  se sintió un ruido acompasado como de aplausos apagados, nos puso en alerta, avanzamos temerosos y de pronto de un nicho muy cercano volvimos a sentir el ruido y nos paralizo el miedo algo salía y  el quiquiriquí de un gallo que salía aleteando nos hizo salir despavoridos hasta la puerta. Solíamos contar que fue un alma en pena transformada en un gallito.

El guardián era un hombre viejo, callado con un balde y una escalera, la señora que vendía chicha tejía, mientras llegaban eventuales visitantes, después supimos que era la hija del guardián que también vivía allí, que extraño debe ser vivir en un cementerio.

Lo que siempre encontrábamos eran gatos, muchos, aparecían y desaparecían silenciosos, no se acercaban a la gente, los rehuían como si prefirieran a los muertos, el guardián nos explicó que no tenían dueño  y que lo ayudaban porque habían muchas ratas el dejaba los restos de las comidas y las comían y la que dejaban los visitantes. Eran  huraños parecía que no le gustaban  los visitantes. Eran una extraña comunidad, sin líderes, sin territorios con mucho respeto entre ellos, solo había conflictos auto limitados a la hora del celo de las gatas. Por lo demás Vivían en paz en largas  perezosas  siestas. Salvo las lunas llenas que maullaban donde no dejaban dormir al viejo guardián y su familia.

En el colegio cada cierto tiempo se hacía un campamento de fin de semana , con carpas fogatas canciones juegos y la clásica caminata nocturna al pueblo de Santa Eulalia. Mi grupo se llamaba los escorpiones estaba  Lanatta, Cochachin entre otros. Era un juego llegar a la  ´plaza siguiendo  mensajes ocultos,  uno de ellos estaba en el cementerio , con mi grupo en vez de ir por la pista cortamos camino para llegar al camposanto no por la puerta principal  sino por una lateral  poco usada,  llegamos rápido sudorosos pero algo nos disperso y me encontré solo, en medio de la noche,en medio del cementerio ,  no quería mirar para atraz , los llame despacito solo me contesto   el canto de una lechuzita paca paca paca, el aire frio y una neblina que se acercaba, de pronto  un gato grande apareció de la nada,  primero solo sus ojos  brillando  luego una mirada desdeñosa,  me dio la espalda y camino en silencio, volteo la cabeza como diciendo - me sigues o te quedas parado – lo seguí en silencio me hacía sentir seguro, acompañado, me dejo en la puerta semiabierta del cementerio donde estaba el resto de mi grupo que se me habían hecho la broma de dejarme entrar solo y ellos se fueron por el camino normal. Nunca olvide al gato que desapareció en la noche.

Años después visitando la sepultura de mi tío Jorge en el cementerio de Santa Eulalia que en su peregrinar desde el sur había dejado sus huesos en un valle yunga en el Perú, me volví a encontrar con los gatos, era la tarde como las cinco ,hacía poco habían enterrado  a los sublevados en un motín en la cárcel de Lurigancho  un grupo de sendero luminoso que estaban como nn y luego pusieron con pintura roja la hoz y el martillo habían advertido al ya muy viejo guardián que si alguien lo borraba  serian ajusticiados, esa tarde fría de Julio, mientras  visitaba al tío , aparecieron varios gatos , una gata y sus crías ,me entro la curiosidad y seguía a la gata,  iba hacia la parte alta del cementerio, donde hay entierros en la tierra ,una fosa común donde van a parar los huesos de los más antiguos, Había mas de un gato de un hoyo en la tierra salió un gato gris,   seguidamente entro otro y a los minutos salió, intrigado  me puse detrás de un árbol a espiarlos, le tocó el turno a la gata, que entro demoro un poco y salió con algo en las fauces ya oscurecía y no pude distinguir que era , pero se los dio a las crías que lo comieron ávidamente.

Me estremeció pensé lo peor  tanto tiempo y los gatos se habían mantenido desde generaciones, y ¿De que  se alimentaban? Recordé que me habían dicho de las ratas, y las sobras del guardián, pero la escena que vi  me  hizo pensar otra versión terrorífica me dio una sensación de miedo, nauseas,  el viejo guardián lo sabía y lo había callado durante mucho tiempo.





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