EL CINE.
Siempre me pareció que había
magia, que las historias que salían en el ecran era verdaderas, las vivía como
si fueran ciertas, cuando los apaches tiraban flechas, me escondía detrás de la
butaca.
No recuerdo cuando fue la
primera vez que fui al cine debió haberme llevado mi padre que era muy
aficionado, no tanto así mi madre. Eso de entrar a un espacio en penumbra
silencioso, lleno de filas de asientos, y una inmensa cortina que se abría
entre fanfarrias y aparecía la gran pantalla blanca, mágica,con el rugido de un
león que se llenaba de sitios lejanos, selvas,
montañas praderas, mares. Con hombres mujeres niños en aventuras inverosímiles
que yo mes la creía y les disparaba a los bandidos, hasta que alguien me
sentaba.
En el pueblo donde crecí, ya
les he contado que había tres cines el Chosica al costado de la Hosteria un lugar con juegos piscina al costado del rio
Rímac. El más grande, tres columnas de filas la central la mar más ancha y las
dos laterales, además de la cazuela, balcón o platea alta, de entradas más
económicas la entrada a la sala era a través si la memoria n o me falla por dos
puertas lateras dobles, Luego en la avenida 28 de Julio, la comercial de pueblo
el cine Perú, mediano también tenía su cazuela, a la sala principal se entraba
a través de dos entradas, pero de cortinas moradas de terciopelo. El dueño el
señor Zarsar un árabe que siempre estaba controlando la entrada al que tenía
que entregársele el boleto el que iba una urna de pie luego lo reemplazo su
hijo Jimmy músico de corazón.
El tercer cine era el Omnia, el
más modesto en la calle Chiclayo muy cerca al rio separado por una inmensa
muralla que la separaba de las compuertas del rio. El primero y este ultimo de
la familia Canalle.
De niños los domingos después
de almuerzo íbamos a la función de matiné con mis hermanos Marisol y Jorge
después con Juan que era menor, nos llevaba mamá o la empleada. Siempre eran
películas en blanco y negro, de vaqueros del medio oeste o el ejército americano
contra los indios apaches o sioux, siempre ganaban los jovencitos el vaquero
buenmozo que besaba a la linda joven. seguido del clásico THE END.
Las de Tarzan con Johnny Weissmuller
campen olímpico de natación, junto a la bella Jane, boy un niño que supongo era
su hijo, la mona chita y el elefante Tantor su amigo. Y los gritos entre el vuelo
entre lianas de tarzan sus hermanos monos siempre dispuesto a salvar a alguien.
No faltaron las mexicanas de
Cantinflas Viruta y Capulina, el enmascarado de plata luchador invencible
contra los malos. O las rancheras con Pedro infante Aceves Mejía, los cinco gavilanes con sus
caballos blancos.
El cine mudo iba en retirada. Pero
Chaplin invenciblemente mudo nos hacía reír con sus muecas y caminar, el gordo
y el flaco, Buster Queaton, así pasaba mi infancia los fines de semana que para
mí era demasiado poco no podía ir al cine durante la semana por el colegio.
Las vacaciones eran la gran fiesta
de películas ya más grandecito iba con mis primos Orestes y Sergio por lo menos
tres veces durante la semana, la televisión apenas hacia sus pininos y
comenzaba por la tarde, pero la lejanía de Lima desde donde se trasmitía era
muy lejos treinta kilómetros y la señal era mala. Todavía el cine era
invencible, los domingos en matiné lleno de niños en vermout después de misa
lleno de jóvenes, a veces largas colas.
Cuando entre a secundaria en la
Cantuta, tenías igual doble horario, en las mañanas de 8 a 12 y las tardes de 2
a 5. siempre pautados por el pito de la papelera la fábrica del pueblo. Las
otras industrias eran la planta de zapatillas Bata Rímac y la fábrica de
Galletas San Jorge que inundaba la noche tranquila silenciosa del aroma a
vainilla. Pero La afición al cine se
hizo vicio además adolecentes calenturientos queríamos ver las películas de
mayores de 14 y 21 que era la mayoría de edad por ese entonces.
Y así comenzaron en primero de
media las fugas por las tardes al cine escapándonos del colegio creo que ya les
conté pero igual , el recreo de las tres era la señal para el inicio del gran
escape, como cambiaban de profesores no era perceptible la ausencia de tres o
cuatro chiquillos, íbamos con un polo debajo de la camisa del uniforme caki, nos
lo sacábamos lo guardábamos en una bolsa y a la carrera llegábamos al Omina o
Perú a balcón esperábamos empieza la peli y sobornábamos al boletero con
medio sol .
Siempre quedo la polémica de
quien fue la idea de escaparnos yo creía que fue Hugo y le creía que fui yo en
fin más de na película de mayores vimos en esas tardes adolecentes donde las
hormonas hacían correr a más de uno al baño aliviar las ardencias producidas por
la argentina Isabel Sarli, o las mexicanas cuyos nombres he olvidado.
Hay dos anécdotas, que quiero contarles. Ya en
tercero o cuarto medio, que quiero contarles.
Ya en tercero cuarto quinto,
las escapadas se volvieron nocturnas
solitarias, me escapaba de casa decía que me iba a acostar temprano y de allí
por la azotea. la película de noche empezaba a las diez, yo llegaba 10 y 15 con
la película comenzada y ya poca gente en la boletería.
Una sola vez me descubrieron.
Regresaba a las 12 por las calles vacías corriendo llegue y mis padres me
esperaban sentados en la puerta, no había escapatoria, tuve que confesar y me
pasaron al cuarto del primer piso, pero igual logre encontrar el camino
subiéndome por una ventana.
La que, si fue picante, fue una
noche ya de regreso estaba en la azotea y el perro comenzó a ladrar, de pronto
vi a mi padre abriendo la puerta del segundo piso con pistola en mano, muerto
de miedo no me atreví a decirle –papa soy yo – la azotea tenia desniveles lo
que originaba espacios como piscinas no muy altas y había un traga luz como un
nicho que daba a un baño. Me tire allí al borde de uno para que no me viera, lo
que sé es que tuvo casi encima mío, hasta hoy no se si no me vio porque era muy
miope, o me vio y se hizo el que no me vio, lo cierto es que que muerto de
miedo que me confundiera con un ladrón y me dispara me quede inmóvil casi sin
respira bañado de sudor. Se retiró muy lentamente, yo me quede no sé cuánto
tiempo esperando se acueste, me deslice por la pared donde quedaba mi cuarto y
la ventana me servía de escalera. Creo que fue la última vez que me escape.
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