Me tomo la licencia de publicar lo que sigue por su intensidad y una conversación que sostuvimos hace un tiempo con una señora católica sobre el suicidio al que yo defendia como opción individual ,me dejo pensando cuando me dijo con tal firmeza que los suicidas se iban derechito al infierno y con con una duda que le sigo dando vuelta, y me acorde de la DIVINA COMEDIA.
LA DIVINA COMEDIA
DANTE ALIGHIERI
El Bosque
mutilado. Las Arpías. La violencia del suicidio. Recuerdo a Pedro de la Vigna.
Caza en el bosque. La violencia de la vida derrochada.
Canto XIII
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alguno, sin hojas, seco, oscuro,
extraño. Había un desespero
tan mortal que el animal más fiero
huyera de él es el auguro
que vuelve al paso lento e inseguro
y en cada rama ve el nudo postrero.
Había en él, una soledad
infinita, un íntimo pavor,
un sentimiento ciego y doloroso
torturaba aquel sitio tenebroso,
tanto, que no bastara mi valor
para cruzarlo. Lo logró la amistad
de mi Señor.
Las Arpías atroces
graznan desde sus ramas, tal como hacen
los buitres y sienten los que yacen
inmóviles. Con sus ojos feroces,
buscan los tallos tiernos cuando nacen,
pues sólo con sus brotes satisfacen
sus vientres y sus nefandos goces
insaciables. ¿Cómo rostro humano
puede morar en ave despreciable,
en ala tenebrosa y despiadada?
El bosque lucha, pero lucha en vano:
su madera nudosa y miserable
muestra cuál es su vida atormentada.
Me llegaba el rumor de mil gemidos
de dentro de los troncos. Yo pensé
que era gente escondida y miré
a mi Maestro. Sus labios, afligidos,
decían versos raros y escondidos:
—No podrías creer lo que narré,
corta una rama por ti mismo y ve.
Había un gran pruno y vio cumplidos
sus consejos. Y al punto manó
la sangre y el tronco borboteó:
—¿Por qué me rompes? ¿Por qué me desgarras?
¿No bastan las arpías con sus garras?
¡Soy hombre! Y la rama retorcida
era en mis manos, eco de su herida.
Dejé caer el tallo presuroso.
Y mi Maestro: —Si hubiera prevenido
tu dolor, no le hubiera inducido
a esto. Mas ve que no es ocioso,
tan hondo y escondido es vuestro foso,
que hay que veros sangrar. Te hemos herido.
Henos a tu servicio, cual ha sido
nuestra falta. Éste es poderoso
con sus versos. Si acaso tu memoria
sufre en la tierra de injustos agravios,
—quizá alguno de ellos te empujó
a este lugar—, si quieres que tu historia
salte el leñoso nudo de tus labios,
él lo hará.
Y el árbol contestó:
—Hombre y amigo fui, fiel servidor
de mi amigo. En él gasté mi vida
y cifré mi salario y mi medida
en su amistad, su aprecio, y en su honor.
La envidia cortesana, alrededor,
vio que no me compraba e hizo brida
de mi otro yo, más débil a su herida
por más alto. En él sembró el temor,
y tras él vino la desconfianza,
le siguió la calumnia, cual la infamia
a ésta. El fiel de mi balanza
me llevó a la prisión. Pronto noté
que él iba a ser verdugo de otra rabia
y ya no esperé más, ¡yo me maté!
¡Por la raíz que gime ensangrentada,
juro que le fui fiel y aún lo sería!
— ¡Pedro de la Vigna, si algún día
se habla de una amistad que es calumniada,
dirán tu nombre!... Porque yo más nada
puedo hacer por ti, que harto lo haría.
—¿Deseas saber más? —dijo mi Guía—,
y yo le respondí con la mirada:
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