miércoles, 27 de junio de 2018

ICA EL CABALLERO REGRESA.


                                                        VALVERDE

                                    LA VILLA DE LAS VIDES Y EL DESIERTO


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Regresar, siempre se vuelve al lugar donde alguna vez se fue feliz. Había vivido en la ciudad hace muchos años, cuando todavía la gente se reunía en Las plazas a conversar,  iba a las verbenas ,  a las novenas en Octubre y ver los fuegos de artificio en honor al Señor de Luren en las noches todavía frías.

Cuando la fiesta de la uva, la vendimia, se celebraba en la avenida  por donde se ingresaba o salía del pueblo y la gente bebía los primeros jugos de Marzo, la cachina  de la uva fermentada, refrescaba  los calores estivales. Cuando los mangos eran mangos, chicos sabrosos   y con pepa.
Uvas del recuerdo, de los calores tuyos y los míos,  recordaba unos versos  extraviados de  algún juego floral de esos años. Uvas del cariño del romance de la tierra  con el sol.

Se sentó en una banca de  la  plazuela Bolognesi  antes tranquila  hoy bulliciosa , dejo la mochila  tenía el polo mojado de sudor , tomo  un sorbo de agua descansando , ¿dónde  alojarse en esa ciudad inmensa caótica ?en la que se había convertida la apacible ciudad de antes, los hotelitos de adobe y luces amarillas   habían desaparecido, no había más pensiones en casas antiguas, el terremoto de hace diez años  había terminado con las ultimas casas y construcciones de siglos anteriores .

  Se ubicó, como siempre cerca del mercado y en el centro de la ciudad,  tenía como vecinos a un lugar de venta de leñas y más allá otro de carbón, las costumbres permanecían, luchando contra la modernidad. La comida regional cocinada con leña seguía  siendo  incomparable, y fuente de reconocimiento de turistas,  los tamales dominicales, la carapulca los chicharrones.

El manjar blanco cocido a fuego lento en leña para las tejas esos dulces de frutos rellenos con el dulce y recubierto de una costra de azúcar. Ese prensado de chicharrón  con los pellejos  gelatinas de las cabezas de chancho  con granos de pimienta. Ese mercado antiguo  generoso en pan llevar y frutos del mar, donde hacia el recado con su esposa jóvenes aun,  pescados de toda laya corvinas lenguados bonitos cojinobas, camarones, machas hoy casi extinguidas, el chancho marino y en ese entonces tortuga.

 Ventas de uvas negras verdes Italia moscatel uvas pasas negras, rubias, pallares secos verdes, frejoles de 10 variedades el cancate ese frijolito silvestre que le da sabor al arroz o preparas un guiso simple con papa.
Esos quesos frescos y ahumados que venían de la sierra,  envueltos en paja, que había que comer con el madrugador calentito  pan de leña, ah,  eso era bueno.
 A ese mercado había que darle una vuelta, no había cambiado,  la gente había envejecido y trabajaba con sus hijos o sus nietos.

Esa ciudad ventosa en Agosto de vientos  Parakas que soplaban desde la pampa que cubrían la ciudad de arena la oscurecía, la convertían en una imagen borrosa,  vientos que dieron formas a dunas y retorcían los viejos huarangos,   lo había albergado de joven, le costó trabajo quererla pero al fin terminaba regresando aunque sea pocos días a comer pallares con lonja y tomar un pisco.

Decidió salir de la ciudad tan poblada, tomo un colectivo a un pueblo a la salida a sur a Santiago.

  Sintió que regresaba  al pasado , respiro el aire caliente del desierto de Ocuje, ese inmenso paraje seco que alguna vez fue océano, con sus misterios escondidos ,fósiles de ballenas y piedras de otros tiempos,   recordó la boda de un amigo ,donde  tuvo que ir a buscar al alcalde  de las faenas de su chacra  para abrir el consejo municipal,  y oficiar  la ceremonia civil con apuranza así le hizo saber, con zapatos y sin calcetines una  camisa blanca de cuello muy raído sobre una piel curtida por el sol para luego muy rápido cerrar el concejo con el candado y retornar a las faenas, en el inclemente medio día de Diciembre , después ir a la casa  en el campo de la amiga de la infancia y almorzar de la cocina a leña, caldos de gallina , guisos  vinos y piscos de amistad añosa.

 Se fue caminando al  pueblo vecino donde viva la madre de otra amiga de cuando estudio en la vieja casona de la universidad, donde vivió intensamente una juventud lejana, Pueblo Nuevo,  poblado pequeño con muchas chacras productoras de vinos y piscos. La señora con muchos años encima con un  sombrero de paja maltratada por el sol, lo recibió con la amabilidad de los pueblos chicos de antes, y le dio posada.

La noche estrellada siempre fresca por la brisa del desierto, lejos de las luces de la ciudad permite ver un cielo diáfano con estrellas y la  orientadora cruz del sur. Sentado alrededor de la fogata cerca al alambique donde se prepara el pisco converso con los viejos peones,  y volvió a escuchar las historias con el dejo apenas diferente de la gente del campo.  Rieron mientras  despachaban con paciencia una botella de pisco.

En la mañana dio una vuelta por la campiña y vio  arboles de pecanas, mas allá comenzaba el desierto  ese desierto de líneas y dibujos misteriosos que descubrio y cuido Doña Maria, de piedras grabadas, eso petroglifos que el Doctor Cabrera estudio y  descubrió que los antiguos nos dejaron sus historia grabadas en piedras, en telares ,en quipus ,en líneas en los desierto, conocimientos ancestrales que nos hablan de una civilización con grandes conocimientos en comunicación, medicina y muchas cosas que no comprendemos aun.

Descanso  en el oasis luego de comer unos dátiles unas pecanas y agua, el extraño caballero del pelo largo era frugal, soñó, que  caminaba por  la vieja ciudad, la noche con calles mal iluminadas, el olor al hígado a la parrilla, los anticuchos. Despertó con el fresco de la tarde, decidió que era hora de partir nuevamente.

Volvería, no pasaría mucho tiempo    antes que sintiera una nostalgia  y tomara el bus del retorno.


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Ica 22 de Junio.



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