VALVERDE
LA
VILLA DE LAS VIDES Y EL DESIERTO
Regresar, siempre se vuelve al
lugar donde alguna vez se fue feliz. Había vivido en la ciudad hace muchos
años, cuando todavía la gente se reunía en Las plazas a conversar, iba a las verbenas , a las novenas en Octubre y ver los fuegos de
artificio en honor al Señor de Luren en las noches todavía frías.
Cuando la fiesta de la uva, la vendimia,
se celebraba en la avenida por donde se
ingresaba o salía del pueblo y la gente bebía los primeros jugos de Marzo, la
cachina de la uva fermentada, refrescaba los calores estivales. Cuando los mangos eran
mangos, chicos sabrosos y con pepa.
Uvas del recuerdo, de los calores
tuyos y los míos, recordaba unos
versos extraviados de algún juego floral de esos años. Uvas del
cariño del romance de la tierra con el
sol.
Se sentó en una banca de la
plazuela Bolognesi antes
tranquila hoy bulliciosa , dejo la mochila
tenía el polo mojado de sudor , tomo
un sorbo de agua descansando , ¿dónde
alojarse en esa ciudad inmensa caótica ?en la que se había convertida la
apacible ciudad de antes, los hotelitos de adobe y luces amarillas habían desaparecido, no había más pensiones
en casas antiguas, el terremoto de hace diez años había terminado con las ultimas casas y
construcciones de siglos anteriores .
Se ubicó, como siempre cerca del mercado y en el centro de la
ciudad, tenía como vecinos a un lugar de
venta de leñas y más allá otro de carbón, las costumbres permanecían, luchando
contra la modernidad. La comida regional cocinada con leña seguía siendo
incomparable, y fuente de reconocimiento de turistas, los tamales dominicales, la carapulca los
chicharrones.
El manjar blanco cocido a fuego
lento en leña para las tejas esos dulces de frutos rellenos con el dulce y
recubierto de una costra de azúcar. Ese prensado de chicharrón con los pellejos gelatinas de las cabezas de chancho con granos de pimienta. Ese mercado
antiguo generoso en pan llevar y
frutos del mar, donde hacia el recado con su esposa jóvenes aun, pescados de toda laya corvinas lenguados
bonitos cojinobas, camarones, machas hoy casi extinguidas, el chancho marino y
en ese entonces tortuga.
Ventas de uvas negras verdes Italia moscatel
uvas pasas negras, rubias, pallares secos verdes, frejoles de 10 variedades el cancate
ese frijolito silvestre que le da sabor al arroz o preparas un guiso simple con papa.
Esos quesos frescos y ahumados
que venían de la sierra, envueltos en
paja, que había que comer con el madrugador calentito pan de leña, ah, eso era bueno.
A ese mercado había que darle una vuelta, no
había cambiado, la gente había
envejecido y trabajaba con sus hijos o sus nietos.
Esa ciudad ventosa en Agosto de
vientos Parakas que soplaban desde la
pampa que cubrían la ciudad de arena la oscurecía, la convertían en una imagen
borrosa, vientos que dieron formas a
dunas y retorcían los viejos huarangos,
lo había albergado de joven, le costó trabajo quererla pero al fin
terminaba regresando aunque sea pocos días a comer pallares con lonja y tomar
un pisco.
Decidió salir de la ciudad tan poblada,
tomo un colectivo a un pueblo a la salida a sur a Santiago.
Sintió que regresaba al pasado ,
respiro el aire caliente del desierto de Ocuje, ese inmenso paraje seco que alguna
vez fue océano, con sus misterios escondidos ,fósiles de ballenas y piedras de
otros tiempos, recordó la boda de un amigo ,donde tuvo que ir a buscar al alcalde de las faenas de su chacra para abrir el consejo municipal, y oficiar la ceremonia civil con apuranza así le hizo saber, con zapatos y sin calcetines
una camisa blanca de cuello muy raído sobre
una piel curtida por el sol para luego muy rápido cerrar el concejo con el
candado y retornar a las faenas, en el inclemente medio día de Diciembre ,
después ir a la casa en el campo de la
amiga de la infancia y almorzar de la cocina a leña, caldos de gallina , guisos
vinos y piscos de amistad añosa.
Se fue caminando al pueblo vecino donde viva la madre de otra
amiga de cuando estudio en la vieja casona de la universidad, donde vivió
intensamente una juventud lejana, Pueblo Nuevo,
poblado pequeño con muchas chacras productoras de vinos y piscos. La
señora con muchos años encima con un sombrero
de paja maltratada por el sol, lo recibió con la amabilidad de los pueblos
chicos de antes, y le dio posada.
La noche estrellada siempre
fresca por la brisa del desierto, lejos de las luces de la ciudad permite ver
un cielo diáfano con estrellas y la
orientadora cruz del sur. Sentado alrededor de la fogata cerca al
alambique donde se prepara el pisco converso con los viejos peones, y volvió a escuchar las historias con el dejo
apenas diferente de la gente del campo.
Rieron mientras despachaban con
paciencia una botella de pisco.
En la mañana dio una vuelta por
la campiña y vio arboles de pecanas, mas
allá comenzaba el desierto ese desierto
de líneas y dibujos misteriosos que descubrio y cuido Doña Maria, de piedras grabadas, eso petroglifos que el
Doctor Cabrera estudio y descubrió que
los antiguos nos dejaron sus historia grabadas en piedras, en telares ,en quipus ,en líneas en los desierto, conocimientos ancestrales que nos hablan de una civilización
con grandes conocimientos en comunicación, medicina y muchas cosas que no
comprendemos aun.
Descanso en el oasis luego de comer unos dátiles unas
pecanas y agua, el extraño caballero del pelo largo era frugal, soñó, que caminaba por
la vieja ciudad, la noche con calles mal iluminadas, el olor al hígado a
la parrilla, los anticuchos. Despertó con el fresco de la tarde, decidió que
era hora de partir nuevamente.
Volvería, no pasaría mucho
tiempo antes que sintiera una
nostalgia y tomara el bus del retorno.
Ica 22 de Junio.
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