martes, 13 de marzo de 2018

relatos de miercoles.



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El  hombre que no sonreía

El medico era alto  de contextura delgada se percibía en él a una persona metódica , de costumbres frugales y regulares ,el mismo reloj pulsera  el mismo modelo de zapatos bien lustrados ,mantenía el corte de pelo siempre del mismo largo  como si nunca fuera a la peluquería o fuera cada 4 sábados  siempre a la misma hora . A cualquier hora del día o de la noche su afeitada parecía reciente, había envejecido lentamente casi de forma desapercibida, algunas canas  aparecían como si las administrara un burócrata  del hospital, vestía los mismos discretos colores los mismos modelos  atemporales, a lo mas unas sandalias en verano, nunca lo vimos correr, ni sudar ni gritar. No  sonreía.

Un hombre viejo y sus papeles.

Fue un verano de calor inclemente , el viejo encorvado ,mal afeitado  caminaba trastabillando agarrado de las rejas del parque era medio día, estaba solo, el trafico seguía su  ritmo lento , la gente en los buses transpiraba , el hombre los vio , el calor lo agobiaba apenas si respiraba, entro al parque y busco una banca con sombra, a duras penas llego  se sentó con alivio , los pies le dolían  su viejo cartapacio con papeles del seguro ,del banco, recibos de luz , una lista de teléfonos escrita a mano  en un papel amarillento, una estampa de la Virgen del Carmen  se le cayó al césped , recordó su infancia  en los jardines del parque 
Se levantó dio la vuelta a la banca .sin pensarlo  fue al césped y se recostó  . Se quedó dormido, soñó que era niño y  jugaba con sus hermanos en un parque  . llego la noche y el viejo  no  despertó  tendido tan largo era con los brazos como almohada y al costado, el cartapacio , al día siguiente los empleados de limpieza encontraron su cadáver, el trafico comenzaba a incrementarse y los noticieros se ocupaban de las lluvias en el interior del país. Tenia una cita para las 10 de la mañana.


Era su trabajo

Tenía trabajando treinta años en el hospital, cada cierto tiempo lo mandaban a trasladar a pacientes fallecidos al mortuorio, era su trabajo.
Al principio le molestaba, sentía temor, los compañeros se burlaban de él, con el tiempo dejo de involucrarse y fue una rutina más, dentro de todas,  llevaba su camilla el cadáver envuelto con la sábana blanca, un sudario.
 La enfermera le decía cuál era el nombre, le daba unos papeles. lo ayudaban a ponerlo  en la camilla y salía  despacio  , rumbo al mortuorio  , por los pasadizos largos  del sótano,  a veces iba  solo empujando la camilla  por las noches solitarias silenciosas ,le daba un poco de temor, y se ponía a silbar,  más de un vez un muerto se había movido  .
Siempre serio, había aprendido que no debía reír ni sonreír por respeto, decía, su rostro se fue haciendo una máscara, sin expresión como la de un muerto. Su apelativo era el muerto y así llego  al tiempo de su retiro, se fue discretamente, era su trabajo.

Un enfermero

Un enfermero de unos 45 años, había pasado gran parte de su  vida laboral en el hospital al lado de médicos  y colegas la mayoría mujeres, con el tiempo uno tiende a mimetizarse con los seres con que interactúa. A  M le paso eso, sin querer comenzó a copiar los gestos, las caminada de los jefes de departamento médicos mayores, esos que pasan muy circunspectos serios, como resolviendo el tratamiento de algún paciente, medio entre distraídos y sobrados que con las justas hacen una mueca a manera de saludo,  como manteniendo una distancia, entendible para no estrechar mayores  vínculos con los pacientes o demás trabajadores, para mantener la autoridad del hombre  que te va a curar, a salvar tu vida. Pero en  M la caminada de cirujano , el saludo de internista, los ademanes de cirujano . habían hecho de él   un personaje que no inspiraba el respeto ni de los pacientes ni sus compañeros siendo objeto de sonrisas. Pero impasible seguía con su vida, le gustaba cuando le decían doctor, un día  un colega nos contó que lo había visto en un congreso médico en una provincia vestido de guayabera blanca escuchando atentamente una ponencia,  que podíamos hacer , así era feliz.


Wayne

Lo descubrí una noche que estaba de guardia.  Mediados de enero, en el viejo hospital, caluroso, húmedo, así es Lima. Tuve que bajar al sótano por unos frascos de paracetamol. Prendí las luces de las escaleras y salió volando un murciélago, siempre te causan un poco de miedo. Salió de un ducto en la pared, silencioso paso cerca de mí que abría la puerta del depósito de medicamentos, la luz y el ruido lo asustarían, y se elevó al segundo piso y a la intemperie. 
Cuando le conté a la técnica de farmacia que trabaja conmigo, no me creyó, también es cierto que  paro contando cosas que no pasan.
A los días nos tocó de nuevo trabajar de noche, y tuve que bajar a recoger una caja. A veces el personal de la tarde no deja abastecida la farmacia para la noche, recordé al murciélago y le digo a la señora que me acompañe más que por el temor, para que constate la existencia del animalito   pues no me habían creído.
Mientras descendíamos las escaleras el  bicho salió, nuevamente de las oscuridades y se elevó para perderse en el cielo, el edificio solo tiene sótano y primer piso. Las escaleras dan a una azotea. La señora se sobresaltó y dio un pequeño grito.
No siempre se le veía, pero la gente que trabaja allí  alguna vez lo vio. Una noche se me ocurrió  bajar sin encender las luces  y encender una linterna,  ya estando abajo, salió el pequeño murciélago y al iluminarlo  pude obsérvalo brevemente.
Un vuelo más bien lento, previsible, ascendente  me llamo la atención. He vivido en zona de murciélagos y suelen ser muy rápidos de vuelo zigzagueante  cazando polillas al vuelo, en maniobras que desafían la gravedad y la lógica, se dan vuelta de espaldas o cambian de dirección en giros asombrosos, parecen que se van a estrellar contra un árbol y lo eluden a último momento .
Pero el murciélago del sótano del hospital, era  más bien,  lento, un poco torpe. Parecía cansado. Me imagine que era un  animal viejo, solitario, que se había instalado allí por la soledad y poca competencia de caza, para poder alimentarse tranquilo, incluso si me lo proponía hubiera podido atraparlo, con una sábana o un trapo grande.
Así fue que pase una temporada en las noches tratando de entenderlo, yo entro a trabajar a las ocho, y descubrí que solo aparecía entre las 9 y las 11 de la noche, presumí que eran las mejores horas para alimentarse, nunca lo vi de madrugada.
Cierta noche  de lluvia baje despacio sin encender las luces, me instale en una esquina que me permitía ver la luz del primer piso, fue así que varias veces lo vi pasar con su aleteo lento cazar polillas distraídas, pero sin mayor velocidad, la verdad que me había obsesionado las costumbres del animalito. 
Antes de capturar un insecto  daba varias vueltas, como estableciendo las distancias entre las paredes, y la trayectoria de  sus víctimas. Una de sus tácticas era volar de la oscuridad a la luz para que no vieran su cuerpo.
Hasta que una noche logre percibir su chillido, además se supone que son inaudibles al oído humano, pero logre escucharlo en más de una oportunidad, estudie los sonidos por internet  y descubrí que mi amiguito tenía la voz gruesa, era un murciélago ronco, estudie la vida de los murciélagos y no era un  viejo, concluí que era un animalito más bien enfermo, alguna deficiencia tenia.
Finalmente determine que  el defecto o enfermedad  lo tenía en la garganta o cuerdas vocales lo que no  le permitió desarrollar un vuelo rápido y  normal, era una adaptación, la frecuencia más baja de sus chillidos hacia que el rebote de las ondas en las paredes, obstáculos, insectos, fuera más lento, aprendí que además de insectos, podían comer frutas, así que alguna vez le dejaba colgando una naranja o mandarina cortada que aparecía mordisqueada.
Y lo encontraba comiendo, como que me había perdido el miedo. Me  quedaba viéndolo  hasta le agarre cierto cariño a Wayne, así lo bautice.
Lo que no tome en cuenta y ese fue el fin de mi paso como observador de murciélagos, fue un día que desapareció , durante semanas lo espere vanamente. Lo extrañe, sucedía también que en el hospital habitan muchos gatos.
Una noche encontré en una esquina los restos de mi murciélago, uno de ellos había dado cuenta de Wayne. Un minino salía de una de las esquinas del sótano me miro con desprecio y desapareció en la oscuridad.

Febrero 2018.


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