El hombre que no sonreía
El medico era alto de
contextura delgada se percibía en él a una persona metódica , de costumbres frugales y
regulares ,el mismo reloj pulsera el
mismo modelo de zapatos bien lustrados ,mantenía el corte de pelo siempre del
mismo largo como si nunca fuera a la peluquería
o fuera cada 4 sábados siempre a la
misma hora . A cualquier hora del día o de la noche su afeitada parecía
reciente, había envejecido lentamente casi de forma desapercibida, algunas
canas aparecían como si las administrara
un burócrata del hospital, vestía los
mismos discretos colores los mismos modelos
atemporales, a lo mas unas sandalias en verano, nunca lo vimos correr,
ni sudar ni gritar. No sonreía.
Un hombre viejo y sus
papeles.
Fue un verano de calor inclemente , el viejo encorvado ,mal
afeitado caminaba trastabillando
agarrado de las rejas del parque era medio día, estaba solo, el trafico seguía
su ritmo lento , la gente en los buses
transpiraba , el hombre los vio , el calor lo agobiaba apenas si respiraba,
entro al parque y busco una banca con sombra, a duras penas llego se sentó con alivio , los pies le dolían su viejo cartapacio con papeles del seguro
,del banco, recibos de luz , una lista de teléfonos escrita a mano en un papel amarillento, una estampa de la
Virgen del Carmen se le cayó al césped ,
recordó su infancia en los jardines del
parque
Se levantó dio la vuelta a la
banca .sin pensarlo fue al césped y se
recostó . Se quedó dormido, soñó que era
niño y jugaba con sus hermanos en un
parque . llego la noche y el viejo no despertó tendido tan largo era con los brazos como almohada
y al costado, el cartapacio , al día siguiente los empleados de limpieza
encontraron su cadáver, el trafico comenzaba a incrementarse y los noticieros
se ocupaban de las lluvias en el interior del país. Tenia una cita para las 10 de la mañana.
Era su trabajo
Tenía trabajando treinta años en el hospital, cada cierto
tiempo lo mandaban a trasladar a pacientes fallecidos al mortuorio, era su
trabajo.
Al principio le molestaba, sentía temor, los compañeros se
burlaban de él, con el tiempo dejo de involucrarse y fue una rutina más, dentro
de todas, llevaba su camilla el cadáver
envuelto con la sábana blanca, un sudario.
La enfermera le decía cuál era el
nombre, le daba unos papeles. lo ayudaban a ponerlo en la camilla
y salía despacio , rumbo al
mortuorio , por los pasadizos largos del sótano, a veces iba solo empujando la camilla por las noches solitarias silenciosas ,le daba
un poco de temor, y se ponía a silbar, más
de un vez un muerto se había movido .
Siempre serio, había aprendido que no debía reír ni sonreír
por respeto, decía, su rostro se fue haciendo una máscara, sin expresión como
la de un muerto. Su apelativo era el muerto y así llego al tiempo de su retiro, se fue discretamente,
era su trabajo.
Un enfermero
Un enfermero de unos 45 años, había pasado gran parte de
su vida laboral en el hospital al lado
de médicos y colegas la mayoría mujeres,
con el tiempo uno tiende a mimetizarse con los seres con que interactúa. A M le paso eso, sin querer comenzó a copiar los
gestos, las caminada de los jefes de departamento médicos mayores, esos que
pasan muy circunspectos serios, como resolviendo el tratamiento de algún
paciente, medio entre distraídos y sobrados que con las justas hacen una mueca
a manera de saludo, como manteniendo una
distancia, entendible para no estrechar mayores vínculos con los pacientes o demás trabajadores,
para mantener la autoridad del hombre
que te va a curar, a salvar tu vida. Pero en M la caminada de cirujano , el saludo de internista, los ademanes de cirujano . habían hecho de él un
personaje que no inspiraba el respeto ni de los pacientes ni sus compañeros
siendo objeto de sonrisas. Pero impasible seguía con su vida, le gustaba cuando
le decían doctor, un día un colega nos
contó que lo había visto en un congreso médico en una provincia vestido de
guayabera blanca escuchando atentamente una ponencia, que podíamos hacer , así era feliz.
Wayne
Lo descubrí una noche que estaba
de guardia. Mediados de enero, en el
viejo hospital, caluroso, húmedo, así es Lima. Tuve que bajar al sótano por
unos frascos de paracetamol. Prendí las luces de las escaleras y salió volando
un murciélago, siempre te causan un poco de miedo. Salió de un ducto en la
pared, silencioso paso cerca de mí que abría la puerta del depósito de
medicamentos, la luz y el ruido lo asustarían, y se elevó al segundo piso y a
la intemperie.
Cuando le conté a la técnica de
farmacia que trabaja conmigo, no me creyó, también es cierto que paro contando cosas que no pasan.
A los días nos tocó de nuevo
trabajar de noche, y tuve que bajar a recoger una caja. A veces el personal de
la tarde no deja abastecida la farmacia para la noche, recordé al murciélago y
le digo a la señora que me acompañe más que por el temor, para que constate la
existencia del animalito pues no me
habían creído.
Mientras descendíamos las escaleras
el bicho salió, nuevamente de las
oscuridades y se elevó para perderse en el cielo, el edificio solo tiene sótano
y primer piso. Las escaleras dan a una azotea. La señora se sobresaltó y dio un
pequeño grito.
No siempre se le veía, pero la
gente que trabaja allí alguna vez lo vio.
Una noche se me ocurrió bajar sin encender
las luces y encender una linterna, ya estando abajo, salió el pequeño murciélago
y al iluminarlo pude obsérvalo
brevemente.
Un vuelo más bien lento, previsible,
ascendente me llamo la atención. He
vivido en zona de murciélagos y suelen ser muy rápidos de vuelo zigzagueante cazando polillas al vuelo, en maniobras que
desafían la gravedad y la lógica, se dan vuelta de espaldas o cambian de
dirección en giros asombrosos, parecen que se van a estrellar contra un árbol y
lo eluden a último momento .
Pero el murciélago del sótano del
hospital, era más bien, lento, un poco torpe. Parecía cansado. Me
imagine que era un animal viejo, solitario,
que se había instalado allí por la soledad y poca competencia de caza, para
poder alimentarse tranquilo, incluso si me lo proponía hubiera podido atraparlo,
con una sábana o un trapo grande.
Así fue que pase una temporada en
las noches tratando de entenderlo, yo entro a trabajar a las ocho, y descubrí
que solo aparecía entre las 9 y las 11 de la noche, presumí que eran las
mejores horas para alimentarse, nunca lo vi de madrugada.
Cierta noche de lluvia baje despacio sin encender las
luces, me instale en una esquina que me permitía ver la luz del primer piso,
fue así que varias veces lo vi pasar con su aleteo lento cazar polillas distraídas,
pero sin mayor velocidad, la verdad que me había obsesionado las costumbres del
animalito.
Antes de capturar un insecto daba varias vueltas, como estableciendo las distancias
entre las paredes, y la trayectoria de
sus víctimas. Una de sus tácticas era volar de la oscuridad a la luz
para que no vieran su cuerpo.
Hasta que una noche logre
percibir su chillido, además se supone que son inaudibles al oído humano, pero
logre escucharlo en más de una oportunidad, estudie los sonidos por
internet y descubrí que mi amiguito tenía
la voz gruesa, era un murciélago ronco, estudie la vida de los murciélagos y no
era un viejo, concluí que era un animalito
más bien enfermo, alguna deficiencia tenia.
Finalmente determine que el defecto o enfermedad lo tenía en la garganta o cuerdas vocales lo que
no le permitió desarrollar un vuelo rápido
y normal, era una adaptación, la frecuencia
más baja de sus chillidos hacia que el rebote de las ondas en las paredes, obstáculos,
insectos, fuera más lento, aprendí que además de insectos, podían comer frutas,
así que alguna vez le dejaba colgando una naranja o mandarina cortada que
aparecía mordisqueada.
Y lo encontraba comiendo, como
que me había perdido el miedo. Me
quedaba viéndolo hasta le agarre
cierto cariño a Wayne, así lo bautice.
Lo que no tome en cuenta y ese
fue el fin de mi paso como observador de murciélagos, fue un día que desapareció
, durante semanas lo espere vanamente. Lo extrañe, sucedía también que en el
hospital habitan muchos gatos.
Una noche encontré en una esquina
los restos de mi murciélago, uno de ellos había dado cuenta de Wayne. Un minino
salía de una de las esquinas del sótano me miro con desprecio y desapareció en la
oscuridad.
Febrero 2018.
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