EL LEGADO
Chino viejo
Para Don Sergio
Manuel Alzamora Lavado. Mi abuelo .
Llegamos a Chosica en febrero un día que llovía, el rio sonaba terrible y olía a
barro, era el año 1958. De la mano de mi
madre y mi hermana menor en sus brazos, tocamos la puerta de la vieja finca frente al parque,
sonó un pitido lejano eran las cinco de la tarde, nos abrió la puerta mi
abuela.
Era la casa paterna, mi padre se
había quedado trabajando en la mina y nosotros
iríamos a vivir con los abuelos.
Mi abuelo era farmacéutico tenía una farmacia que llevaba su apellido,
que estaba en la parte comercial del
pueblo, hombre de contextura media, de andar pausado. Sus ojos revelaban el
ancestro asiático, frente amplia, de pocas palabras y poco expresivo.
Mis abuelos nos acogieron en su
casa, inmensa, antigua de paredes altas
y techos de madera, rodeada de jardines y una pequeña huerta en la parte posterior.
Casi
no se encendía la radio y en aquel tiempo no existía el televisor,
recuerdo que el abuelo se iba trabajar por
las mañanas a las ocho, iba caminando, su negocio estaba a seis cuadras,
regresaba pasada la una de la tarde con los periódicos, retornaba a su farmacia
poco antes de las cuatro y a las nueve estaba de vuelta cuando ya estábamos en
cama.
Al
año llego papá y al poco tiempo nos mudamos a una casa más pequeña en la misma
cuadra de la casa de los abuelos.
Cuando cumplí los 8 años, mi padre dispuso que comenzara a ir a
la farmacia del abuelo para que
aprendiera a trabajar, era una costumbre que el abuelo había heredado, el mismo había trabajado en
la pulpería de su padre al norte de Lima. Y mi papa había también trabajado de
niño en la farmacia de mi abuelo.
Fue una gran experiencia de esas
vacaciones trabajar en la farmacia de mi abuelo, la más grande del pueblo, la
de mayor surtido y variedad como anunciaba
su calendario con nuestro apellido
deseando feliz navidad y próspero
año nuevo. Llegaba a las cuatro, y me quedaba hasta las siete pero a
veces me quedaba a cerrar y me
regresaba con mi abuelo, el único contacto que tenía con él era que me daba la
mano para cruzar la carretera, y el beso en la mejilla que le daba al despedirme,
cuando me dejaba en casa y el seguía a la suya, con su andar pausado, casi no hablábamos. Pero las pocas
veces que lo hacíamos nos sentíamos contentos, yo me sentía muy orgulloso, creo
que el también.
Trabajaba en la parte interna de la
farmacia, en la rebotica, era una construcción antigua en la calle de mayor movimiento comercial donde
estaban las dos bodegas, la panadería a
la vuelta entrando al mercado.
La rebotica
era una habitación no muy amplia
donde se guardaban las materias que se venderían al menudeo en bolsitas de papel color blanco distintas materias como anís en grano, anís
estrellado ,tilo, boldo en hojas,
alhucema, azufre en polvo entre otras todas despedían olores de campo , de
bosques.
Se pesaba en balanzas, la grande con dos platos de metal o la pequeña que se estaba en una urna, lo hacía unos de los técnicos de farmacia
siempre y cuando no hubiera mucho público ,sino dejaba la labor y salía a la
sala de ventas, yo me quedaba solo en esa sala escuchando la radio, y
mirando el estante lleno de cajones con los nombres de las distintas sustancias
, mi tarea consistía en cerrar y pegar la bolsitas con goma tragacanto que se preparaba en la misma
farmacia , la goma , se ponía en un frasco de boca ancha se le ponía una gasa
que se amarraba , ese era el gomero .
Tenía cierto arte mi tarea, porque tenía que engomarse en el filo de la
bolsa, apenas, ni mucho que engomara
todo el sobre, ni poco que se abriera. trabajamos en una mesa de mármol veteado
siempre veía figuras que se las mostraba
al técnico Jesús, el que se reía , me decía -Toño estas loquito- , previamente teníamos que buscar el sello que
tenía el nombre y sellar las bolsas que íbamos a preparar, el sitio era una
sinfonía de olores a jarabes, a pino,
eucalipto, anís, a medicamentos, además allí todas las tardes a las seis se preparaba el lonche así que además se
sumaba el aroma a pan caliente, a leche, a té y a jamón.
Mi abuelo se sentaba al costado en
un escritorio viejo de madera y controlaba todo desde allí con los lentes en la
punta de la nariz mirando por encima de ellos, con un cigarro en la boca con
una ceniza larga, siempre me pareció un malabarismo eso de fumar sin sacarse el
cigarro de la boca y que la ceniza que formaba el cigarro no se cayera.
Yo sentía miedo de quedarme solo en esa habitación. Pensaba
que había duendes, diablillos, almas en pena. Más de una vez salí corriendo a
la sala de ventas donde el bullicio de las gente y el sonido de la
caja registradora a manivela me tranquilizaban.
Pasaron los años y termine la
universidad y ya era farmacéutico trabajaba en un hospital, ya no vivía en
Chosica, iba esporádicamente y mi abuelo seguía en la farmacia pero uno de mis
tíos estaba a cargo.
Una noche recibí una llamada telefónica de mi abuelo
que me invita un jueves , a ir a su casa a almorzar era febrero y su cumpleaños
estaba cerca andaba medio enfermo ,quería conversar conmigo así que solicite permiso en mi trabajo y ese
día regresé a Chosica.
Llegue como a las doce, supe la hora
por que el pito de la fábrica que aun funcionaba , los pitos del tren y la fábrica
me recordaban la infancia, a las 6 de la
mañana, el pito del tren, a las siete Y a las doce el pito de nuevo para
almorzar, a las tres para el recreo y a
las cinco la salida del colegio, por las
noches a las nueve cerraba la jornada el pito del tren que llegaba de la
sierra.
Se nublaba el día, solía llover en
Febrero, almorzamos solos, el abuelo
vivía con su hija menor, solterona beata, la abuela había fallecido unos pocos años atrás, me conto algunas
anécdotas y recordó aquellos sábados que
me mandaba a comprar la apuesta de los
caballos desde la botica, así llamaba el a su farmacia. Dormitamos una siesta y
cerca de las cuatro estaba listo para ir a trabajar, me pidió lo acompañara,
tenía las llaves, abrí la puerta de metal enrollable, con ayuda de unos de los
técnicos que había envejecido con mi
abuelo, el día estaba oscuro pronto a llover, el olor encerrado de la
botica, percibí el de los antibióticos, el mentol, el creso para limpiar los
pisos, ya no estaba el de anís y las hierbas. Al poco rato llego mi tío que
estaba a cargo de la farmacia, mi abuelo
le entrego las llaves, me dijo:
-
vamos a comprar el pan-
Había
comenzado la lluvia, el caudal de rio crecido traía el olor a huayco, a barro,
me dio un poco de miedo.
Entramos a la panadería , tenía
aserrín en el piso pero logre ver los
diseños gastados de las losetas.
- Hola Rosita - saludo a una anciana
japonesa sentada detrás del mostrador cerca de una puerta que daba a los
hornos, el aroma del pan recién salido
me trajo recuerdos.
Buenas tardes Don Manuel, hola Toño
- respondió la anciana.
Le dieron su bolsa de pan, pagó.
- regresemos a la casa - me dijo.
Al volver pasamos por la farmacia
le, dio una mirada, y seguimos caminando, subimos con dificultad la gradas que
nos llevaban al parque, se apoyó en mi
brazo, cruzamos la carretera húmeda, los
camiones bajaban de la sierra enlodados, siempre apoyándose en mi brazo.
Antes de llegar a su casa me dijo :
-
Hoy es el último día que he ido a la botica - la voz se le quebró, tengo algo
para ti.
Llegamos a su casa silenciosa en penumbra,
dejo el pan en la cocina, fuimos a su dormitorio y me entregó un pergamino en un magnífico
cuadro, era su título de químico farmacéutico , Es para ti es de 1912, cuídalo
y dáselo a tu nieto cuando sea el tiempo.
Nos despedimos con un abrazo me
besó la frente. Unos meses después nos dejó.
Febrero
2014.
la f oto es de noviembre de 1924 cuando se inauguro.
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