miércoles, 21 de febrero de 2018

UN CUENTO DE MIERCOLES.

EL LEGADO



Chino viejo
Para Don Sergio Manuel Alzamora Lavado.  Mi abuelo .

Llegamos a Chosica en  febrero un día que  llovía, el rio sonaba terrible y olía a barro,  era el año 1958. De la mano de mi madre y mi hermana menor en sus brazos, tocamos la  puerta de la vieja finca frente al parque, sonó un pitido lejano eran las cinco de la tarde, nos abrió la puerta mi abuela.

Era la casa paterna, mi padre se había quedado trabajando en la mina y nosotros  iríamos a vivir con los abuelos.

Mi abuelo   era farmacéutico  tenía una farmacia que llevaba su apellido, que estaba en  la parte comercial del pueblo, hombre de contextura media, de andar pausado. Sus ojos revelaban el ancestro asiático, frente amplia, de pocas palabras  y poco expresivo.
Mis abuelos nos acogieron en su casa, inmensa, antigua  de paredes altas y techos de madera, rodeada de jardines y una pequeña  huerta en la parte posterior.   
Casi no se encendía la radio y en aquel tiempo no existía el televisor, recuerdo  que el abuelo se iba trabajar por las mañanas a las ocho, iba caminando, su negocio estaba a seis cuadras, regresaba pasada la una de la tarde con los periódicos, retornaba a su farmacia poco antes de las cuatro y a las nueve estaba de vuelta cuando ya estábamos en cama.

Al año llego papá y al poco tiempo nos mudamos a una casa más pequeña en la misma cuadra de la casa de los abuelos.

Cuando cumplí los 8  años, mi padre dispuso que comenzara a ir a la farmacia del abuelo  para que aprendiera a trabajar, era una costumbre que el abuelo  había heredado, el mismo había trabajado en la pulpería de su padre al norte de Lima. Y mi papa había también trabajado de niño en la farmacia de mi abuelo.
Fue una gran experiencia de esas vacaciones trabajar en la farmacia de mi abuelo, la más grande del pueblo, la de mayor surtido y variedad como anunciaba  su calendario con nuestro apellido  deseando feliz navidad y  próspero año nuevo. Llegaba a las cuatro, y me quedaba hasta las siete pero  a  veces  me quedaba a cerrar y me regresaba con mi abuelo, el único contacto que tenía con él era que me daba la mano para cruzar la carretera, y el beso en la mejilla que le daba al despedirme, cuando me dejaba en casa y el seguía a la suya, con su andar  pausado, casi no hablábamos. Pero las pocas veces que lo hacíamos nos sentíamos contentos, yo me sentía muy orgulloso, creo que el también.

Trabajaba en la parte interna de la farmacia, en la rebotica, era una construcción antigua en la calle  de mayor movimiento comercial donde estaban  las dos bodegas, la panadería a la vuelta entrando al mercado.
 La rebotica  era una habitación  no muy amplia donde se guardaban las materias que se venderían al menudeo  en bolsitas de papel color blanco  distintas materias como anís en grano, anís estrellado ,tilo, boldo  en hojas, alhucema, azufre en polvo entre otras todas despedían olores de campo , de bosques.
Se pesaba en balanzas,  la grande con dos platos de metal  o la pequeña que se  estaba en una urna,  lo hacía unos de los técnicos de farmacia siempre y cuando no hubiera mucho público ,sino dejaba la labor y salía a la sala de ventas,  yo me quedaba  solo en esa sala escuchando la radio, y mirando el estante lleno de cajones con los nombres de las distintas sustancias , mi tarea consistía en cerrar y pegar la bolsitas con goma  tragacanto que se preparaba en la misma farmacia , la goma , se ponía en un frasco de boca ancha se le ponía una gasa que se  amarraba , ese era el gomero . Tenía cierto arte mi tarea, porque tenía que engomarse en el filo de la bolsa,  apenas, ni mucho que engomara todo el sobre, ni poco que se abriera. trabajamos en una mesa de mármol veteado siempre veía figuras que se  las mostraba al técnico Jesús, el que se reía , me decía -Toño estas loquito- ,  previamente teníamos que buscar el sello que tenía el nombre y sellar las bolsas que íbamos a preparar, el sitio era una sinfonía  de olores a jarabes, a pino, eucalipto, anís, a medicamentos, además allí todas las tardes a las seis  se preparaba el lonche así que además se sumaba el aroma a pan caliente, a leche, a té y a jamón.

Mi abuelo se sentaba al costado en un escritorio viejo de madera y controlaba todo desde allí con los lentes en la punta de la nariz mirando por encima de ellos, con un cigarro en la boca con una ceniza larga, siempre me pareció un malabarismo eso de fumar sin sacarse el cigarro de la boca y que la ceniza que formaba el cigarro no se cayera.

Yo sentía miedo de quedarme solo en esa habitación. Pensaba que había duendes, diablillos, almas en pena. Más de una vez salí corriendo a la sala de ventas donde el bullicio de las gente y el  sonido de la  caja registradora a manivela me tranquilizaban.

Pasaron los años y termine la universidad y ya era farmacéutico trabajaba en un hospital, ya no vivía en Chosica, iba esporádicamente y mi abuelo seguía en la farmacia pero uno de mis tíos estaba a cargo.
Una noche  recibí una llamada telefónica de mi abuelo que me invita un jueves , a ir a su casa a almorzar era febrero y su cumpleaños estaba cerca andaba medio enfermo ,quería conversar conmigo  así que solicite permiso en mi trabajo y ese día regresé a Chosica.

Llegue como a las doce, supe la hora por que el pito de la fábrica que aun funcionaba , los pitos del tren y la fábrica me recordaban  la infancia, a las 6 de la mañana, el pito del tren, a las siete Y a las doce el pito de nuevo para almorzar, a las tres para el recreo  y a las cinco la salida  del colegio, por las noches a las nueve cerraba la jornada el pito del tren que llegaba de la sierra. 
Se nublaba el día, solía llover en Febrero, almorzamos  solos, el abuelo vivía con su hija menor, solterona beata, la abuela había fallecido   unos pocos años atrás, me conto algunas anécdotas y recordó aquellos  sábados que me mandaba a comprar  la apuesta de los caballos desde la botica, así llamaba el a su farmacia. Dormitamos una siesta y cerca de las cuatro estaba listo para ir a trabajar, me pidió lo acompañara, tenía las llaves, abrí la puerta de metal enrollable, con ayuda de unos de los técnicos que había envejecido con mi  abuelo, el día estaba oscuro pronto a llover, el olor encerrado de la botica, percibí el de los antibióticos, el mentol, el creso para limpiar los pisos, ya no estaba el de anís y las hierbas. Al poco rato llego mi tío que estaba a cargo de la farmacia,  mi abuelo le entrego las llaves,  me dijo:
- vamos a comprar el pan-

Había comenzado la lluvia, el caudal de rio crecido traía el olor a huayco, a barro, me dio un poco de miedo.
Entramos a la panadería , tenía aserrín en el piso  pero logre ver los diseños gastados de  las losetas.

- Hola Rosita - saludo a una anciana japonesa sentada detrás del mostrador cerca de una puerta que daba a los hornos, el  aroma del pan recién salido me trajo recuerdos.
Buenas tardes Don Manuel, hola Toño - respondió la anciana.
Le dieron su bolsa de pan, pagó.
 - regresemos a la casa - me dijo.
Al volver pasamos por la farmacia le, dio una mirada, y seguimos caminando, subimos con dificultad la gradas que nos llevaban al parque,  se apoyó en mi brazo, cruzamos la  carretera húmeda, los camiones bajaban de la sierra enlodados, siempre apoyándose en mi brazo.
Antes de llegar a su casa me dijo :
- Hoy es el último día que he ido a la botica - la voz se le quebró, tengo algo para ti.
Llegamos a su casa silenciosa en penumbra,  dejo el pan  en la cocina, fuimos a su dormitorio y  me entregó un pergamino en un magnífico cuadro, era su título de químico farmacéutico , Es para ti es de 1912, cuídalo y dáselo a tu nieto cuando sea el tiempo.
Nos despedimos con un abrazo  me besó la frente. Unos meses después nos dejó.

Febrero 2014.


la f oto es de  noviembre de 1924  cuando se inauguro. 




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