miércoles, 1 de abril de 2020

LA FLUORECENTE VERDE






LA FLUORESCENTE DE LUZ VERDE

un relato de los apachurrantes años 50°



La ciudad bullía a fines de los años cincuenta la economía había mejorado la pesca, el caucho, el petróleo, la minería todo iba bien, se habían construido colegios, unidades vecinales el estadio nacional remodelado. La ciudad era una fiesta.

El joven estudiante de derecho, tenía un empleo en el nuevo diario de la capital, redactor de las secciones policiales, no era la gran cosa, pero por algo se empezaba, quería escribir los editoriales, sesudos análisis políticos, tenía que esperar su oportunidad. Que se divertía, lo hacía en grande, la universidad por el día, el diario por la tarde y la noche de bares tertulias mujeres.

Camina airosa por el jirón sabe que los hombres la miran, va mirando las vitrinas mientras se dirige a la Plaza de Armas, va a la nueva tienda de nombre gringo con ascensores en tres pisos y subterráneo parte de una gran cadena internacional, la ciudad va adquiriendo aires cosmopolitas dentro de lo virreinal. Va a ver algún vestido para la fiesta de carnaval, del fin de mes.

La ciudad calurosa, a medio día no hay mucha gente los empleados salen a almorzar, no deja de ser una ciudad con costumbres antiguas, los nombres de las calles vienen desde el virreinato, los balcones, zaguanes ventanas con altas rejas de acero, las muchas iglesias le dan un toque especial, unos gallinazos sobrevuelan el centro de la ciudad.

La mujer, esposa de un oficial de la policía es una de las amantes de un playboy cuyo padre es dueño de minas en la sierra de país. El policía un hombre mayor prendado de la joven la desposo sacándola del barrio pobre. Sabe que no la puede manejar, pero se hace el que no ve sus aventuras, sabe que no lo ama, pero él está enamorado y teme perderla hay varios hombres con mejor economía que la cortejan abiertamente, incluso su jefe un general.

Los universitarios  revoltosos se enfrentan a la guardia civil en el parque universitario , las cantinas cierran cada vez que hay enfrentamientos , con gente bebiendo  adentro esperando se despejen los gases lacrimógenos,  con escritores , poetas, la bohemia recitan  y lanzan proclamas para cambiar el mundo, él se contagia ,entre la  cerveza el humo de los cigarrillos  aplaude a los barbudos de la isla que luchan contra un dictador, se retira al diario  que esta en un calle angosta y oscura, un poco alejada debe cruzar la avenida que lleva al barrio debajo del puente.


Camina por la vereda de  casas viejas, zaguanes callejones,  allí  ve a la mujer saliendo como una deidad, un carro la espera, es hermosa sensual de firmes curvas y un rostro atrevido, maquillado en exceso apenas le dirige una mirada por breves segundos, y se va. Queda congelado ante el inesperado encuentro, al llegar a la redacción entre maquinas rémington y undewood  el piso de madera  cruje se sienta al lado del periodista más viejo y le cuenta de la Reyna que salía del callejón a media cuadra, -es la hija de la señora que no trae sanguches de chicharrón los sábados-  le cuenta, desde los 15 años es tremenda mujerzota, pero no le hacia caso a a nadie del barrio, quería salir del callejón, vivir en una de las urbanizaciones nuevas.

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A los veintiuno un cuarentón le compró una casa por Jesús maría y se casó con él, allí comenzó a usar su belleza para sus propósitos, ropa joyas, su marido no podía con ella además de un reumatismo que se e agravaba en los inviernos, y no podía cumplir con sus urgencias desbocadas.

Visitaba a su madre los jueves por la noche le dejaba dinero, se iba en el carro de alguno de los pretendientes que se conformaban con una caricia atrevida pues no cedía nada sino confirmaba las ganancias a las que podía acceder. El  viejo le dijo que no tenía ninguna oportunidad salvo que sus ingresos se incrementaran mucho, lo que no era posible.

El presidente de la República un viejo militar agobiado por la gota que aliviaba con pisco, mantenía a raya a los revoltosos comunistas apristas, la radio y sus pequeños teatros se llenaban con los cantantes criollos como los Quipus los Trovadores Criollos, o cubanos que venían a cantar guarachas boleros y guaguancós, radio Victoria y sus noticias, radio Libertad, incluso había radio Reloj que daba la hora minuta a minuto. Los burdeles en el jirón Huatica en la Victoria y el sudamericano de fútbol en 1957


El estudiante de derecho alocado por conocer a la sensual dama del callejón, la espero una noche con un ramo de flores, y le recita un bello poema de amor, lo que causo gracia a la mujer, que no está acostumbrada a ese abordaje finisecular de caballeros , su  olfato ve que se trata de un mal negocio, los zapatos viejos la corbata maltrecha un terno de mala confección, lo delata. Sin embargo, una debilidad, una brecha en el duro corazón, la traiciona, le da conversación y quedan en tomar un café al día siguiente en los portales de la Plaza del Libertador.

Las cinco de la tarde esperaba peinado con gomina, con una colonia barata y los soles justos para no quedar mal. Llego más bella que nunca, un delicioso perfume sale de su pronunciado escote de ubérrimas cimas, el corazón le latía a mil, se sientan en una mesa redonda de mármol entablan conversación liviana, le cuenta que es casada y desdichada, él que estudia para abogado y algún día seria escritor famoso.

Quedaron en verse, que le dejaría el mensaje en el periódico con su madre, antes de las seis pasa a buscarla un Pontiac negro vehículo oficial, un hombre de porte militar entra y dice
- el señor ministro la espera señora -, se levanta graciosamente y le deja un guante de encaje con su perfume.

Quedaron en ir a la fiesta de carnaval con la orquesta del cubano seria el sábado 27, el vestido carísimo comprado en la tienda de nombre inglés, floreado   sin mangas y escote profundo dejan ver mucho   una delgada correa resalta la delgada cintura, el de pantalón blanco a la moda guatatiro, camisa hawaiana zapatos blancos, vendió todo lo que pudo, se endeudo todo el año, efectivo por si acaso pudiera llevarla al hotel del japonés a cuatro cuadras del local de la fiesta en la calle cerca del cine frente a la plaza donde esta el Club de los dueños del país .

La fiesta de seis a doce de la noche, las entradas costosas, las había conseguido ella, quería lucir al muchacho guapo y no ir con los viejos que la llevaban como mascota, no bailaban chachachá y se metían al salón reservado a inhalar cocaína. Llego el dueño del banco más importante acompañado de dos de sus efebos, toda la ciudad sabia de sus preferencias por los chicos bellos, estuvieron el conde sanisidrino y su bellísima acompañante alemana a la que a los pocos meses asesinaria en un arranque de celos.

 Sentada elegante, fumando con su boquilla de marfil la dueña de la revista más importante, a su lado arrobado por su belleza el pintor iqueño de los bares del centro de la ciudad, el que pinta rostros de Jesucristo también está el inseparable fotógrafo cámara en mano captando a los engalanados asistentes. Ministros, políticos, empresarios que entraban al reservado después de algunos whiskies y salían renovados luego de empolvarse la nariz.

La pareja bailaba con gracia sensual ante la mirada reprobatoria de las señoras y los ojos ávidos de los caballeros. Bebieron más de la cuenta esos Perú libre con pisco y gaseosa, ligeramente ebrios se besaron.

Salieron no muy discretamente, la llevo abrazada cuando las luces comenzaban a encenderse, al discreto hotel del japonés, entraron sin ruido, avanzaron por el pasadizo con habitaciones a los lados, fluorescentes verdes mal iluminaban el camino de los amantes.

Los apachurrantes años 50 libro de Augusto Thorndike.
LOS APACHURRANTES AÑOS 50 TD





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