LA FLUORESCENTE DE LUZ VERDE
un relato de los apachurrantes años 50°
La ciudad bullía a fines de los años cincuenta la
economía había mejorado la pesca, el caucho, el petróleo, la minería todo iba bien,
se habían construido colegios, unidades vecinales el estadio nacional
remodelado. La ciudad era una fiesta.
El joven estudiante de derecho, tenía un empleo en el nuevo
diario de la capital, redactor de las secciones policiales, no era la gran cosa,
pero por algo se empezaba, quería escribir los editoriales, sesudos análisis políticos,
tenía que esperar su oportunidad. Que se divertía, lo hacía en grande, la universidad
por el día, el diario por la tarde y la noche de bares tertulias mujeres.
Camina airosa por el jirón sabe que los hombres la miran, va
mirando las vitrinas mientras se dirige a la Plaza de Armas, va a la nueva
tienda de nombre gringo con ascensores en tres pisos y subterráneo parte de una
gran cadena internacional, la ciudad va adquiriendo aires cosmopolitas dentro
de lo virreinal. Va a ver algún vestido para la fiesta de carnaval, del fin de
mes.
La ciudad calurosa, a medio día no hay mucha gente los
empleados salen a almorzar, no deja de ser una ciudad con costumbres antiguas,
los nombres de las calles vienen desde el virreinato, los balcones, zaguanes
ventanas con altas rejas de acero, las muchas iglesias le dan un toque
especial, unos gallinazos sobrevuelan el centro de la ciudad.
La mujer, esposa de un oficial de la policía es una de las
amantes de un playboy cuyo padre es dueño de minas en la sierra de país. El
policía un hombre mayor prendado de la joven la desposo sacándola del barrio
pobre. Sabe que no la puede manejar, pero se hace el que no ve sus aventuras,
sabe que no lo ama, pero él está enamorado y teme perderla hay varios hombres
con mejor economía que la cortejan abiertamente, incluso su jefe un general.
Los universitarios
revoltosos se enfrentan a la guardia civil en el parque universitario ,
las cantinas cierran cada vez que hay enfrentamientos , con gente bebiendo adentro esperando se despejen los gases
lacrimógenos, con escritores , poetas,
la bohemia recitan y lanzan proclamas
para cambiar el mundo, él se contagia ,entre la
cerveza el humo de los cigarrillos aplaude a los barbudos de la isla que luchan
contra un dictador, se retira al diario
que esta en un calle angosta y oscura, un poco alejada debe cruzar la
avenida que lleva al barrio debajo del puente.
Camina por la vereda de
casas viejas, zaguanes callejones,
allí ve a la mujer saliendo como
una deidad, un carro la espera, es hermosa sensual de firmes curvas y un rostro
atrevido, maquillado en exceso apenas le dirige una mirada por breves segundos,
y se va. Queda congelado ante el inesperado encuentro, al llegar a la redacción
entre maquinas rémington y undewood el
piso de madera cruje se sienta al lado
del periodista más viejo y le cuenta de la Reyna que salía del callejón a media
cuadra, -es la hija de la señora que no trae sanguches de chicharrón los sábados-
le cuenta, desde los 15 años es tremenda
mujerzota, pero no le hacia caso a a nadie del barrio, quería salir del callejón,
vivir en una de las urbanizaciones nuevas.
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A los veintiuno un cuarentón le compró una casa por Jesús maría
y se casó con él, allí comenzó a usar su belleza para sus propósitos, ropa
joyas, su marido no podía con ella además de un reumatismo que se e agravaba en
los inviernos, y no podía cumplir con sus urgencias desbocadas.
Visitaba a su madre los jueves por la noche le dejaba dinero,
se iba en el carro de alguno de los pretendientes que se conformaban con una
caricia atrevida pues no cedía nada sino confirmaba las ganancias a las que
podía acceder. El viejo le dijo que no tenía
ninguna oportunidad salvo que sus ingresos se incrementaran mucho, lo que no
era posible.
El presidente de la República un viejo militar agobiado por
la gota que aliviaba con pisco, mantenía a raya a los revoltosos comunistas
apristas, la radio y sus pequeños teatros se llenaban con los cantantes
criollos como los Quipus los Trovadores Criollos, o cubanos que venían a cantar
guarachas boleros y guaguancós, radio Victoria y sus noticias, radio Libertad,
incluso había radio Reloj que daba la hora minuta a minuto. Los burdeles en el jirón Huatica en la Victoria y el sudamericano de fútbol en 1957
El estudiante de derecho alocado por conocer a la sensual
dama del callejón, la espero una noche con un ramo de flores, y le recita un
bello poema de amor, lo que causo gracia a la mujer, que no está acostumbrada a
ese abordaje finisecular de caballeros , su olfato ve que se trata de un mal negocio, los
zapatos viejos la corbata maltrecha un terno de mala confección, lo delata. Sin
embargo, una debilidad, una brecha en el duro corazón, la traiciona, le da
conversación y quedan en tomar un café al día siguiente en los portales de la
Plaza del Libertador.
Las cinco de la tarde esperaba peinado con gomina, con una
colonia barata y los soles justos para no quedar mal. Llego más bella que
nunca, un delicioso perfume sale de su pronunciado escote de ubérrimas cimas,
el corazón le latía a mil, se sientan en una mesa redonda de mármol entablan
conversación liviana, le cuenta que es casada y desdichada, él que estudia para
abogado y algún día seria escritor famoso.
Quedaron en verse, que le dejaría el mensaje en el periódico
con su madre, antes de las seis pasa a buscarla un Pontiac negro vehículo oficial,
un hombre de porte militar entra y dice
- el señor ministro la espera señora -, se levanta
graciosamente y le deja un guante de encaje con su perfume.
Quedaron en ir a la fiesta de carnaval con la orquesta del
cubano seria el sábado 27, el vestido carísimo comprado en la tienda de nombre inglés,
floreado sin mangas y escote profundo
dejan ver mucho una delgada correa
resalta la delgada cintura, el de pantalón blanco a la moda guatatiro, camisa
hawaiana zapatos blancos, vendió todo lo que pudo, se endeudo todo el año,
efectivo por si acaso pudiera llevarla al hotel del japonés a cuatro cuadras
del local de la fiesta en la calle cerca del cine frente a la plaza donde esta
el Club de los dueños del país .
La fiesta de seis a doce de la noche, las entradas costosas,
las había conseguido ella, quería lucir al muchacho guapo y no ir con los
viejos que la llevaban como mascota, no bailaban chachachá y se metían al salón
reservado a inhalar cocaína. Llego el dueño del banco más importante acompañado
de dos de sus efebos, toda la ciudad sabia de sus preferencias por los chicos
bellos, estuvieron el conde sanisidrino y su bellísima acompañante alemana a la
que a los pocos meses asesinaria en un arranque de celos.
Sentada elegante,
fumando con su boquilla de marfil la dueña de la revista más importante, a su
lado arrobado por su belleza el pintor iqueño de los bares del centro de la
ciudad, el que pinta rostros de Jesucristo también está el inseparable
fotógrafo cámara en mano captando a los engalanados asistentes. Ministros,
políticos, empresarios que entraban al reservado después de algunos whiskies y
salían renovados luego de empolvarse la nariz.
La pareja bailaba con gracia sensual ante la mirada
reprobatoria de las señoras y los ojos ávidos de los caballeros. Bebieron más
de la cuenta esos Perú libre con pisco y gaseosa, ligeramente ebrios se
besaron.
Salieron no muy discretamente, la llevo abrazada cuando las
luces comenzaban a encenderse, al discreto hotel del japonés, entraron sin
ruido, avanzaron por el pasadizo con habitaciones a los lados, fluorescentes
verdes mal iluminaban el camino de los amantes.
Los apachurrantes años 50 libro de Augusto Thorndike.
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