miércoles, 8 de abril de 2020

EL FINAL DE LOS VERANOS.


EL FINAL DE LOS VERANOS.



Ese verano parecía que duraría eternamente, pero amanecimos un lunes sin poder salir de casa y con neblina. Recuerdo que hace diez años fue la pandemia, hoy otra nos tiene contra la pared. mucha gente en el mundo, demoro dos años la vacuna, la vida nos cambió, ya no   nos saludamos como en esos tiempos, con abrazos besos.

 El covid-19 una variante de coronavirus mato mucha gente, hoy sigue el miedo la gente no se da la mano, permanecen alejado. Era niña tenía diez años celebré mi cumpleaños solo con mi madre, mi hermano, mi tío y los abuelos, no fui al colegio hasta mayo, íbamos un grupo un día y descansábamos otro, para que vaya la otra mitad, el restorán de pollos a la brasa tenían menos mesas, la chifa del barrio de la abuelita china que apenas hablaba castellano no volvió a abrir.


El otoño llego súbitamente, los atardeceres nublados permitían ver las ultimas caídas del tibio sol desde el último piso donde aún vivo con mi mamá, lo recuerdo por las neblinas que pasaban por las ventanas, dejando los edificios más altos como fantasmas gigantes, la ciudad vacía silenciosa por las severas restricciones de transitar, me sentaba en silencio al lado de mi abuelo a ver aparecer las sombras sobre una ciudad que no reconocemos como nuestra.
Cuando termino la cuarentena que duro 45 días, la calle me parecía rara, las personas todavía con mascarillas rehuyen la cercanía, había colas con dos metros de separación y espera para el supermercado, los bancos, para todo, cientos de miles de muertos en el mundo incinerados, quemados y tirados en grandes fosas comunes, los familiares solo podían revisar la lista de los nombres de los incinerados, crearon una ciudad en luto.


A los pocos días del fin de la cuarentena mi abuelo enfermó, comenzó con la tos y la fiebre, una noche que se quedó dormido en su sillón mientras leía, había dejado la ventana abierta.  Lo llevamos al hospital con bronconeumonía, creo que allí se contagió del virus. Solo recuerdo su respirar cuando ingreso a la emergencia parecía un pez fuera del agua. No lo volvimos a ver.
Nos llegó el certificado de defunción, frío escueto en la caligrafía fría estéril de un médico anónimo. Han pasado diez años, hoy cumplí veinte en octubre. Se me pierde entre brumas como lo llevaron en una silla de ruedas unos paramédicos con un buzo blanco. Los recuerdos se pierden en la memoria de la ciudad vacía por esta nueva pandemia.

Veo a mi abuelo triste sentado en su sofá en la sala frente a los ventanales, que dan a los jardines. Con un libro o sus crucigramas en esas tardes lentas, largas inmóviles, dormitaba por momentos se despertaba, veia su libro o desarrollaba sus letras cruzadas, por largos minutos se quedaba con la mirada perdida en el horizonte, viendo el cielo los edificios o los gallinazos que volaban en círculos por el barrio, en que pensaría que recuerdos aparecían que lo hacían sonreír, o que oscuros miedos volvían a acechar cuando dormitando los despertaban sobresaltado.


La normalidad fue llegando de a poco, las noches de fiestas de los fines de semana  eran pocas, la gente seguía temerosa prefería quedarse en casa con un pequeño grupo de amigos, los grandes conciertos ya no se dieron más, pequeños auditorios cafés  con uno o dos artistas con pocas mesas y espectáculos no muy largos,  los negocios cerraban más temprano, la gente salía de sus trabajos  apresurados se retiraban a sus casas, la ciudad perdió la alegría, en casa el vacío que dejo el abuelo fue más grande que su sillón negro. ya había dispuesto que la mayoría de sus libros los entregaran a la biblioteca, su ropa la que estaba en buenas condiciones irían a un hogar de ancianos, sus zapatos dejo dicho  los botaran, sus fotos del fútbol quedaron allí en su cajón, su celular no apareció, creo que lo destruyo o lo dejo por alguna calle, pocos días antes de enfermar salió a dar una vuelta muy temprano regreso con pan caliente queso y jamón. no nos dimos cuenta que dos días antes que toda una tarde llamo a sus amigos y se rio mucho con ellos, en la noche tarde converso con sus hermanas por largo tiempo eso fue raro.

Su laptop al costado de su cama quedo allí con sus libros cuadernos de apuntes, versos grabaciones, pensamientos, borradores de cuentos, una noche me la lleve y me amanecí leyendo sus cuentos, poemas, me quede con ella cada cierto tiempo buceo entre sus fotos, los artículos que guardaba, un día descubrí la pequeña novela de la que siempre nos hablaba que algún día publicaría, estaba lista, la publique en versión digital cumplí su deseo de publicarla.

Algún poco libro había bajado de internet, no pudo acostumbrarse a comprar y leer por la computadora, prefirió sus libros en formato de papel, mi mamá   recordaba que cada vez que cobraba se iba al viejo barrio en el centro de la ciudad, se traía libros de segunda, los nuevos los compraba en una enorme librería que era una casa barrio cercano con segundo piso lleno de comics e ilustrados que eran su fascinación.

Los compraba los leía de a pocos un día uno, lo dejaba, otros días tomaba otro y no lo soltaba hasta agotarlo, salía exhausto nos comentaba por días, como no le prestábamos mucho interés se molestaba y se ponía sus audífonos, escuchaba de todo, un día le daba por los Beatles, otro día la Fania, salsa, óperas música barroca o electrónica, no se le podía adivinar ni las lecturas ni la música.

Mi abuela, que todos me decían que parecía a ella por su carácter murió en diciembre cerca de navidad, no podía vivir sin él, durmieron siempre en la misma cama. estuvieron casados más de 40 años.

 Hoy con las maletas listas para volver a Paris, dejando el departamento a una corredora para venderlo me pareció escucharlo pidiendo un café desde el sillón vació.




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