EL FINAL DE LOS VERANOS.
Ese verano parecía que duraría
eternamente, pero amanecimos un lunes sin poder salir de casa y con neblina.
Recuerdo que hace diez años fue la pandemia, hoy otra nos tiene contra la
pared. mucha gente en el mundo, demoro dos años la vacuna, la vida nos cambió,
ya no nos saludamos como en esos tiempos, con abrazos
besos.
El covid-19 una variante de coronavirus mato
mucha gente, hoy sigue el miedo la gente no se da la mano, permanecen alejado.
Era niña tenía diez años celebré mi cumpleaños solo con mi madre, mi hermano, mi
tío y los abuelos, no fui al colegio hasta mayo, íbamos un grupo un día y descansábamos
otro, para que vaya la otra mitad, el restorán de pollos a la brasa tenían
menos mesas, la chifa del barrio de la abuelita china que apenas hablaba
castellano no volvió a abrir.
El otoño llego súbitamente,
los atardeceres nublados permitían ver las ultimas caídas del tibio sol desde
el último piso donde aún vivo con mi mamá, lo recuerdo por las neblinas que
pasaban por las ventanas, dejando los edificios más altos como fantasmas
gigantes, la ciudad vacía silenciosa por las severas restricciones de transitar,
me sentaba en silencio al lado de mi abuelo a ver aparecer las sombras sobre
una ciudad que no reconocemos como nuestra.
Cuando termino la cuarentena
que duro 45 días, la calle me parecía rara, las personas todavía con
mascarillas rehuyen la cercanía, había colas con dos metros de separación y
espera para el supermercado, los bancos, para todo, cientos de miles de muertos
en el mundo incinerados, quemados y tirados en grandes fosas comunes, los
familiares solo podían revisar la lista de los nombres de los incinerados,
crearon una ciudad en luto.
A los pocos días del fin de la
cuarentena mi abuelo enfermó, comenzó con la tos y la fiebre, una noche que se quedó
dormido en su sillón mientras leía, había dejado la ventana abierta. Lo llevamos al hospital con bronconeumonía,
creo que allí se contagió del virus. Solo recuerdo su respirar cuando ingreso a
la emergencia parecía un pez fuera del agua. No lo volvimos a ver.
Nos llegó el certificado de defunción,
frío escueto en la caligrafía fría estéril de un médico anónimo. Han pasado
diez años, hoy cumplí veinte en octubre. Se me pierde entre brumas como lo
llevaron en una silla de ruedas unos paramédicos con un buzo blanco. Los recuerdos
se pierden en la memoria de la ciudad vacía por esta nueva pandemia.
Veo a mi abuelo triste sentado
en su sofá en la sala frente a los ventanales, que dan a los jardines. Con un
libro o sus crucigramas en esas tardes lentas, largas inmóviles, dormitaba por
momentos se despertaba, veia su libro o desarrollaba sus letras cruzadas, por
largos minutos se quedaba con la mirada perdida en el horizonte, viendo el
cielo los edificios o los gallinazos que volaban en círculos por el barrio, en
que pensaría que recuerdos aparecían que lo hacían sonreír, o que oscuros miedos
volvían a acechar cuando dormitando los despertaban sobresaltado.
La normalidad fue llegando de
a poco, las noches de fiestas de los fines de semana eran pocas, la gente seguía temerosa prefería
quedarse en casa con un pequeño grupo de amigos, los grandes conciertos ya no
se dieron más, pequeños auditorios cafés
con uno o dos artistas con pocas mesas y espectáculos no muy largos, los negocios cerraban más temprano, la gente
salía de sus trabajos apresurados se
retiraban a sus casas, la ciudad perdió la alegría, en casa el vacío que dejo
el abuelo fue más grande que su sillón negro. ya había dispuesto que la mayoría
de sus libros los entregaran a la biblioteca, su ropa la que estaba en buenas condiciones
irían a un hogar de ancianos, sus zapatos dejo dicho los botaran, sus fotos del fútbol quedaron
allí en su cajón, su celular no apareció, creo que lo destruyo o lo dejo por
alguna calle, pocos días antes de enfermar salió a dar una vuelta muy temprano
regreso con pan caliente queso y jamón. no nos dimos cuenta que dos días antes
que toda una tarde llamo a sus amigos y se rio mucho con ellos, en la noche
tarde converso con sus hermanas por largo tiempo eso fue raro.
Su laptop al costado de su
cama quedo allí con sus libros cuadernos de apuntes, versos grabaciones,
pensamientos, borradores de cuentos, una noche me la lleve y me amanecí leyendo
sus cuentos, poemas, me quede con ella cada cierto tiempo buceo entre sus fotos,
los artículos que guardaba, un día descubrí la pequeña novela de la que siempre
nos hablaba que algún día publicaría, estaba lista, la publique en versión digital
cumplí su deseo de publicarla.
Algún poco libro había bajado
de internet, no pudo acostumbrarse a comprar y leer por la computadora,
prefirió sus libros en formato de papel, mi mamá recordaba que cada vez que cobraba se iba al
viejo barrio en el centro de la ciudad, se traía libros de segunda, los nuevos
los compraba en una enorme librería que era una casa barrio cercano con segundo
piso lleno de comics e ilustrados que eran su fascinación.
Los compraba los leía de a
pocos un día uno, lo dejaba, otros días tomaba otro y no lo soltaba hasta agotarlo,
salía exhausto nos comentaba por días, como no le prestábamos mucho interés se
molestaba y se ponía sus audífonos, escuchaba de todo, un día le daba por los
Beatles, otro día la Fania, salsa, óperas música barroca o electrónica, no se
le podía adivinar ni las lecturas ni la música.
Mi abuela, que todos me decían
que parecía a ella por su carácter murió en diciembre cerca de navidad, no
podía vivir sin él, durmieron siempre en la misma cama. estuvieron casados más
de 40 años.
Hoy con las maletas listas para volver a Paris,
dejando el departamento a una corredora para venderlo me pareció escucharlo
pidiendo un café desde el sillón vació.
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