UNA TIERNA HISTORIA DE ODIO. (nos habíamos odiado tanto.)
Ya no recordaban exactamente cuando habían comenzado a
odiarse, cuando terminaron el colegio por ser brigadieres o estar en la escolta o en
la universidad, hasta el punto de militar en partidos que rivalizaban cuando los partidos hicieron alianzas ellos buscaron otros que se pelearan, los motivos,
razones de la disputa se habían borroneado con los años, los dos tenían
versiones parecidas desagradables epítetos, insultos, agravios, en realidad uno
más que el otro, a tal punto que después de años uno un día decidió no responder
por las redes sociales tan desagradable ejercicio además que su psicólogo le había
indicado romper tan toxica relación.
Sin embargo, la malquerencia se mantuvo, cuando se veían en la calle, uno de los dos cruzaba la pista, quedando más de una vez en la risible posición que los dos lo hacían a la vez, o uno daba la vuelta. incluso se contaba que una vez uno casi fue atropellado por un triciclo de frutas.
El
pleito era del disfrute de todos los colegas, pues tal mal sentimiento, los
hacia competir, y eso de alguna forma levantaba el nivel académico de la universidad.
las bromas y los bandos se enardecían de cuando en vez, luego volvían a bajar los decibeles,
hasta que por banalidades se encendían los rescoldos que nunca terminaban de
apagarse, pero no pasaron a mayores, ni a golpes, ni querellas judiciales, sino
a encendidas, enjundiosas y más de una vez virulentos insultos con lisuras
donde los rostros encendidos de ira, eran contenidos por los colegas,
-suélteme que lo mato a este granxxxxx. –
Ven pedazo de m…. para reventarte la ….. pero los dos se
dejaban contener y no hacían mayores esfuerzos para llegar a los golpes.
Pasaban los años y la inquina maduraba con paciencia y adquiría el buen sabor de los viejos vinos , a veces no tenían motivos,
de confrontación, más allá de recuerdos antiguos. Pero igual mantuvieron, con
cuidadosa terquedad ese sentimiento, que duraba más que el matrimonio de
muchos. era un vino guardado con esmero, en un sitio privilegiado, que no querían
perder ni olvidarlo, era parte de su vida, sin ese odio sus vidas habrían carecido la razón de guardar la última pieza del rompecabezas, que se negaban a poner final
a tan bien conservada relación.
Era tan particular su vínculo que el resto de colegas,
amigos familiares no compartían y ni les interesaba, para colmo de males sus
hijos estudiaban en el mismo colegio en el mismo salón y eran muy amigos. Buscabanse espías para ver que investigaba el otro, para comenzar otra que la
contradijera y encontrarse en congresos para debatirla. Era un odio
cultivado digamos amorosamente, no dejaban que se deteriorase, ni quede
sepultado en una pila de papeles viejos en un cuarto oscuro.
Hasta que llego la pandemia y la discusión se reinició por
los tratamientos, las medidas sanitarias. Uno apoyaba al ministro y el otro a
la línea editorial de la oposición. En eso ocupaban su tiempo de encierro por
la cuarentena. Eso los mantenía vivos los calentaba ese agosto del 2020.
Un día, uno de ellos fue tomado por el virus, y lo llevo a
cuidados intensivos, el otro se preocupó no podía morir, con quien pelearía,
con quien mantendría las queridas peleas. No duro mucho y la vida termino para él,
salió en una bolsa negra. Sin velorio, sin pompas fúnebres. Incinerado en la soledad.
La esquela por internet una misa por zoom, y los pésames por Facebook.
El otro quedo trágicamente conmovido, no se atrevió a dar el
pésame ni hacer comentario, como ignorando el hecho. Pero fue también para el su sentencia de muerte, se encerró a revisar sus cuidadosamente los archivos de
sus peleas, a veces sonreía, otras se le salía una lagrima y requintaba- carajo
no te debiste haber ido, ahora con quien me peleo.
Decidió jubilarse, encerrarse en su casa en la chacra, y
pasar los últimos días a esperar la muerte para reencontrarlo, pero parecía que
lo había olvidado y siguió viviendo, viendo los amaneceres y esperando
abrigando sus huesos la hora del lucero
de la tarde.